Soy madre de dos lindas e inquietas niñas, la mayor de cuatro y la pequeña de apenas 13 meses de edad. No hay nada mejor que verlas reír, jugar juntas, claro siempre y cuando los arrebatos de Camila no arruinen el momento, y exaspere a su hermana hasta tal punto que ésta no quiera ni prestarle los juguetes por temor a que terminen destrozados. Ver crecer a mis hijas es un privilegio que agradezco a Dios cada día al levantarme, aunque a veces tenerlas contentas a las dos se me hace difícil, más aún cuando cada una a su modo exigen mi total atención.Cuando llego a casa después del trabajo, la primera en salir a darme el encuentro es María José; pero, Camila hace hasta lo imposible para que deje a su hermana y corra a alzarla de donde esté. Pero ni bien la tengo en mis brazos, la otra siempre encuentra la forma de exigir su derecho a ese primer contacto. Y es ahí cuando muchas veces una no sabe qué hacer, pues tu instinto y amor maternal lo primero que te dicta es que las abraces a las dos juntas; pero al parecer ellas no están de acuerdo, quieren exclusividad, lloran y hacen de todo para lograr que la mamá sea “mía y de nadie más”. Y cuando digo que hacen de todo, pues no exagero. Claro, siempre la más audaz es Camila, que a pesar de su corta edad, o tal vez aprovechándose de eso, se las ingenia para llamar la atención. Y vaya que lo logra.Imagino que no soy la única en pasar o haber pasado por este trance. Más de una mamá o papá habrá batallado más de una vez con sus pequeños que se pelean por recibir la atención exclusiva, y ser los primeros o los únicos al que le prodiguen toda clase de afecto. La idea de sentirse desplazados en el amor que tenían de forma absoluta imagino que debe rondar casi instintivamente por la cabecita de nuestros pequeños.A nosotros solo nos queda darles la seguridad de que no deben temer nada, que nuestro amor de padres es tan grande que alcanza para todos, y en igual proporción. Convencerlos que en muchas ocasiones, abrazarse juntos es mejor que hacerlo por separado, lograr que les fascine la idea de fundirnos en un abrazo de complicidad, de mosqueteras, como le encanta decir a María José, y así estar siempre juntos, para fortalecer el amor que nos une para siempre; y, por supuesto, para disfrutar de esa sensación maravillosa de sentirse amado.
Detalles
Este blog surgió un día cualquiera con el ánimo de contar Detalles de mi vida. En él encontrarán vivencias cotidianas que merezcan ser compartidas.
martes, 17 de enero de 2012
Amor de madre para las dos
jueves, 29 de diciembre de 2011
Mis 365 días de este 2011!
Faltan pocas horas para finalizar el 2011, y no quería terminar el año sin hacer un balance de estos 365 días de mi vida. Este año lo inicié con la ilusión de la nueva integrante de mi familia, mi querida Mia Camila que ha revolucionado nuestra apacible rutina, y ha logrado unirnos un poco más a mi esposo, a mí y a mi pequeña María José.
Los momentos más difíciles de este año fueron los meses que estuve sin una persona en casa que me ayudara con mis hijas. La idea de dejar el trabajo y dedicarme completamente a cuidarlas se me pasó por la cabeza varias veces, y estuve a solo un paso de concretarlo. En varias oportunidades, María José, en toda su inocencia, me hizo derramar más de una lágrima al preguntarme: Mami, quien nos va a cuidar cuando tú y mi papá se vayan a trabajar? No se pueden imaginar cómo se me oprimía el corazón cuando más de una vez no sabía qué responderle a mi hija.
La desesperación, incertidumbre, el stress por poco me ganan la batalla; pero, afortunadamente, por ahí no faltaron un par de personas que se portaron de lo mejor con nosotros en estos momentos tan tensos, tan difíciles, a quienes no les importó, como a mi tía, tener que aprender a cambiar pañales y preparar leche para ellas. En momentos difíciles es cuando mejor conoces a la gente que te rodea, y no dejaré de agradecer el apoyo recibido.
A pesar de esto, el 2011 ha sido un buen año, positivo en todo sentido. Hemos crecido como familia, no solo en número; sino en fuerza, en actitud, en unidad y amor. Cuando veo a mis hijas jugar, reír juntas, abrazarse, siento una alegría inmensa que me desborda totalmente; pues, se que están empezando a construir una relación estrecha que espero, y siempre ruego a Dios por ello, sea un lazo de amor verdadero que las mantenga unidas y cercanas para siempre.
Mi relación amorosa también está pasando por un buen momento. La preocupación por nuestras hijas hizo que nos acercáramos aún más, fortaleció y renovó el amor que nos tenemos. Creo que la confianza y el amor mutuo han permitido que disfrutemos de una vida de pareja en armonía, sabiendo que somos uno, pero sin dejar de ser cada uno, uno.
En el trabajo, la situación también está tranquila. Por supuesto, con sus altibajos; pero también con aspectos motivadores que impulsan a seguir adelante, sabiendo que lo que hacemos si bien no puede mover el mundo, tal vez es útil para algunos, o para muchos.
En definitiva este 2011 me trajo consigo muchas cosas positivas, las que, gracias a Dios, no pueden ser empeñadas por aquellas situaciones que es mejor dejarlas al olvido. Por eso, a pocas horas de cerrar el año, agradezco por lo vivido y experimentado estos 365 días. Por lo amigos que gané, los que perdí y, por supuesto, los que recuperé. Por aquellas personas que, a través de acciones sencillas y diarias, me ofrecieron verdaderas lecciones de vida.
Gracias a los que estuvieron a mi lado para recordarme que lo último que se pierde es la esperanza, y por hacerme sentir más de una vez que cuando uno desea algo con todo el corazón, el universo siempre conspira para que lo logremos….No me queda más que esperar con excelentes vibras el nuevo año. Bienvenido 2012!
lunes, 29 de agosto de 2011
Camila: honor al nombre
Camila Vallejo es una joven chilena que ha despertado el interés de propios y extraños; no solo por su belleza y corta edad; sino por la tenacidad con que hace suya la defensa de una causa justa, con la que ha logrado poner en aprietos y remecer al gobierno de Sebastián Piñera, desde hace ya unos meses atrás.
El último fin de semana, la vi en una entrevista que brindó a un canal nacional, y pude percatarme de su energía, y la garra y fuerza con la que levanta la voz para hacerse escuchar por sus autoridades que ven en ella la piedra en el zapato para continuar de espaldas a la sociedad en la forma cómo aplican su plan educativo desde hace décadas. La aparente fragilidad de su cuerpo dista mucho de su fuerza interior. Camila hace perfecto honor al origen latino de su nombre: “Camila, la que presenta sacrificios”.
Sus 23 años de edad no la han amilanado para defender lo que considera justo, no solo para ella; sino; sobretodo, para las nuevas generaciones de chilenos que –al igual que cualquier ciudadano, un peruano, por ejemplo- necesita tener garantizado uno de los derechos básicos: como es el acceder a una educación gratuita y de calidad.
Escuchándola exponer sus ideas y la forma natural cómo defiende el derecho a la educación de todo chileno, pienso si en nuestro país deberíamos tener unas cuantas Camilas, que se atrevan a retarse a sí mismas para lograr tener un sistema educativo más eficiente, gratuito; y, sobretodo, justo.
No queremos jóvenes que peleen por pelear, ni que salgan a las calles a expresar su disconformidad de una forma que en lugar de reivindicar, denigre la dignidad de los demás, y vulnere los derechos de los ciudadanos. Nuestro país necesita jóvenes comprometidos, dispuestos a lograr objetivos comunes. Si nuestra educación es gratuita, pues, que no signifique un sacrificio a la calidad. Creo que todos estamos llamados a defender y garantizar una educación justa y eficiente en nuestro país; y a eso debemos apuntar.
El último fin de semana, la vi en una entrevista que brindó a un canal nacional, y pude percatarme de su energía, y la garra y fuerza con la que levanta la voz para hacerse escuchar por sus autoridades que ven en ella la piedra en el zapato para continuar de espaldas a la sociedad en la forma cómo aplican su plan educativo desde hace décadas. La aparente fragilidad de su cuerpo dista mucho de su fuerza interior. Camila hace perfecto honor al origen latino de su nombre: “Camila, la que presenta sacrificios”.
Sus 23 años de edad no la han amilanado para defender lo que considera justo, no solo para ella; sino; sobretodo, para las nuevas generaciones de chilenos que –al igual que cualquier ciudadano, un peruano, por ejemplo- necesita tener garantizado uno de los derechos básicos: como es el acceder a una educación gratuita y de calidad.
Escuchándola exponer sus ideas y la forma natural cómo defiende el derecho a la educación de todo chileno, pienso si en nuestro país deberíamos tener unas cuantas Camilas, que se atrevan a retarse a sí mismas para lograr tener un sistema educativo más eficiente, gratuito; y, sobretodo, justo.
No queremos jóvenes que peleen por pelear, ni que salgan a las calles a expresar su disconformidad de una forma que en lugar de reivindicar, denigre la dignidad de los demás, y vulnere los derechos de los ciudadanos. Nuestro país necesita jóvenes comprometidos, dispuestos a lograr objetivos comunes. Si nuestra educación es gratuita, pues, que no signifique un sacrificio a la calidad. Creo que todos estamos llamados a defender y garantizar una educación justa y eficiente en nuestro país; y a eso debemos apuntar.
jueves, 25 de agosto de 2011
Volver a escribir...
Ha pasado más de dos años desde el último día que actualicé este blog. Desde entonces, mi vida ha cambiado en diversos aspectos. María José no es ya la única pequeña gigante que llena mi vida de alegría; sino que, ahora, existe en nuestras vidas, un pequeño angelito llamado Mia Camila.
María José está a poca horas de cumplir cuatro años; mientras que Camila a pocos días de celebrar nueve meses de su estancia en este mundo. Estas dos pequeñitas, cada una con sus peculiaridades, con sus distintas formas de expresar amor, llenan por completo mi vida y la de ese hombre maravilloso con el que comparto mis días desde hace ocho años. No hay nada mejor que, después de una cansada jornada de trabajo, llegar a casa y disfrutar de sus ocurrencias, de sus pequeñas conversaciones o, simplemente, de sus risas cómplices de sentirse felices de estar nuevamente juntas.
Mi vida laboral también dio un pequeño giro. Dejé de viajar a diario cerca de 50 kilómetros al norte para ir a trabajar, y ahora mi casa dista tan solo 5 kilómetros de mi trabajo, que por ahora está abocado al área de Responsabilidad Social Corporativa de una microfinanciera.
Une experiencia nueva; pero, totalmente gratificante. No solo por el lado personal; sino también profesional. Y ni qué decir, del familiar, pues ahora que trabajo en Trujillo tengo más tiempo para las tres personitas que más adoro en este mundo.
Estas cosas que ahora llenan mi vida me hacen valorar aún más lo que tengo. Disfruto un desayuno en casa con mi esposo; o un almuerzo con mis hijas; aunque María José generalmente se sienta a la mesa solo para acompañarnos, pues, muchas veces, el hambre no la acompaña.
Por otro lado, en este tiempo también he vivido diversas cosas, he experimentado sentimientos encontrados que me han hecho aterrizar un poco, detenerme en muchas otras, crecer como persona; pero, sobretodo, comprender que es decisivo conocer y controlar nuestro propios sentimientos y emociones al momento de interactuar con la gente.
Creo que muchas veces uno tiene que pasar por momentos inesperados, desagradables hasta cierto tiempo, para entender a la gente y sus miles de razones para actuar de tal o cual forma. Afortunadamente, en todo momento he contado, y cuento, con el soporte incondicional y total de la persona que siempre está a mi lado; además, de la presencia de algunos seres a los que puedo llamar amigos que me han enseñado a entender y a ver el lado positivo de la vida.
Después de todo, pienso que siempre es positivo vivir experiencias fuertes, inesperadas, pues solo eso te permite conocerte a ti mismo, conocer a los que te rodean y saber en quienes puedes confiar, y a quienes, solo puedes regalarles una sonrisa no tan franca.
Y de eso creo que se trata la vida, de aprender, de aprender y, de seguir aprendiendo. Es más reconfortante levantarte mil veces y demostrarte a ti mismo que aún hay fuerzas para seguir andando.
Y en este camino de idas y venidas, he decidido volver a escribir, para de alguna forma tener siempre presente lo que me pasa o lo que pasa con los demás.
jueves, 30 de julio de 2009
Ya caminas!!!
Hasta hace unos días atrás estaba preocupada porque aún no caminabas, pero en el momento menos pensado nos sorprendiste a todos dando tus primeros pasos. La emoción nos embargó a tu papá y a mí, pues sabíamos que con esos pequeños pasos se iniciaba una nueva etapa en tu vida, y vaya que lo celebramos. Tú estabas feliz, los ojitos te brillaban y no dejabas de caminar. Después de este mágico momento vinieron unos días que no querías desprenderte de los brazos y parecía que te asustaba nuevamente volver a ejercitar tus piernas. Pero el temor pasó y ahora no te para nadie. Te encanta recorrer la casa por tus propios medios y haz descubierto que tus piernas te pueden llevar a lugares más entretenidos para jugar a lo que más te gusta: las escondidas, y eso te pone más contenta, lo que a mi me hace doblemente feliz.
martes, 9 de septiembre de 2008
Nuestro primer año
Casi sin darme cuenta ya han pasado 12 meses desde nuestro primer encuentro en aquella pequeña sala de hospital. Si no fueran por las cientos de fotos que tengo de cada momento de tu primer año diría que acabas de nacer. Pero no, tengo que aceptar que ya tienes un año y haz dejado de ser esa bebe que aún adormecida besé en la sala de partos. Ahora eres, como muchos dicen, una pequeña niña, una inquieta y vivaz nena.
Contrario a lo que pensaba en un primer momento, tu primer cumpleaños lo celebramos con todo y con todos. Lograste que muchos viajaran desde lejos sólo para pasar contigo ese primer aniversario, incluso, hiciste que mi única hermana pasara su cumpleaños número 15 encerrada en el bus que la retornó a Piura. Pero sabes que eso no les importó, pues más importante era acompañarte ese día, y tú no defraudaste a nadie. Disfrutaste como pocos tu primera fiesta de cumpleaños y, bailaste –muy a tu manera- hasta que te cansaste.
Verte feliz aquella tarde fue la mejor recompensa que me pudiste dar en este primer aniversario, que no sólo es tuyo, sino también mío, pues desde hace 12 meses soy dichosamente responsable de tu existencia.
Estos 12 últimos meses han sido los mejores. Me has hecho descubrir esa parte sensible que creía no tener, y tengo que reconocer que más de una vez he llorado de felicidad, al saber que tengo conmigo a lo más lindo del mundo, que con menos de un metro de estatura parece un ser gigante que logra cambiar todo a su alrededor.
Una de las cosas que me encanta es descubrir que haz aprendido a esperarme, pues cuando regreso del trabajo no hay nada mejor que escuchar tu risa cómplice, que me asegura que también estás ansiosa por ese reencuentro. Y esos momentos son perfectos y se vuelven más cálidos cuando tus pequeñas manitos tocan mi cara. Y entonces, cómo no sentirme feliz con todo esto?, Cómo no agradecer a Dios por tu existencia? si eres lo mejor y más grande que tengo.
Se que no paso contigo todo el tiempo que mereces, pero en todo momento intento darte lo mejor de mi para que no sientas tanto mi ausencia. Trato de estar contigo lo más que puedo, de disfrutar cada uno de tus logros, como cuando empezaste a sostener tu cabecita y no querías que te mantuviera mucho tiempo acostada o ahora que intentas –cada día con mayor éxito- pararte solita y dar tus primeros pasos.
Estas pequeñas cosas son las que ahora llenan mi vida de alegría, aunque la felicidad completa se da cuando con esa peculiar forma de nombrar las cosas me llamas “Mamá”. Es una sensación indescriptible, una mezcla de orgullo, felicidad y amor desbordante, y esos segundos se vuelven los más importantes, y no dejo de animarte a que vuelvas a repetir esa pequeña palabra con la que te adueñas de mi voluntad. Se que a lo largo de tu vida la mencionarás sin cesar, pero déjame disfrutar estas primeras veces. Permíteme deleitarme con cada uno de tus diarios descubrimientos, déjame sentirme niña otra vez y volver a descubrir el mundo contigo.
No sabes lo feliz que me haces cuando logras salir victoriosa de esos pequeños obstáculos que te tiene preparados la vida, pero que en tu mundo se convierten en verdaderas hazañas. Soy feliz cuando me percato de tus arrebatos de independencia, de tu seguridad, de tu amor propio, incluso de tu vanidad; sobretodo, cuando pides que te premien con aplausos por lo que haces. Y es que así eres tú, deliciosamente encantadora.
Contrario a lo que pensaba en un primer momento, tu primer cumpleaños lo celebramos con todo y con todos. Lograste que muchos viajaran desde lejos sólo para pasar contigo ese primer aniversario, incluso, hiciste que mi única hermana pasara su cumpleaños número 15 encerrada en el bus que la retornó a Piura. Pero sabes que eso no les importó, pues más importante era acompañarte ese día, y tú no defraudaste a nadie. Disfrutaste como pocos tu primera fiesta de cumpleaños y, bailaste –muy a tu manera- hasta que te cansaste.
Verte feliz aquella tarde fue la mejor recompensa que me pudiste dar en este primer aniversario, que no sólo es tuyo, sino también mío, pues desde hace 12 meses soy dichosamente responsable de tu existencia.
Estos 12 últimos meses han sido los mejores. Me has hecho descubrir esa parte sensible que creía no tener, y tengo que reconocer que más de una vez he llorado de felicidad, al saber que tengo conmigo a lo más lindo del mundo, que con menos de un metro de estatura parece un ser gigante que logra cambiar todo a su alrededor.
Una de las cosas que me encanta es descubrir que haz aprendido a esperarme, pues cuando regreso del trabajo no hay nada mejor que escuchar tu risa cómplice, que me asegura que también estás ansiosa por ese reencuentro. Y esos momentos son perfectos y se vuelven más cálidos cuando tus pequeñas manitos tocan mi cara. Y entonces, cómo no sentirme feliz con todo esto?, Cómo no agradecer a Dios por tu existencia? si eres lo mejor y más grande que tengo.
Se que no paso contigo todo el tiempo que mereces, pero en todo momento intento darte lo mejor de mi para que no sientas tanto mi ausencia. Trato de estar contigo lo más que puedo, de disfrutar cada uno de tus logros, como cuando empezaste a sostener tu cabecita y no querías que te mantuviera mucho tiempo acostada o ahora que intentas –cada día con mayor éxito- pararte solita y dar tus primeros pasos.
Estas pequeñas cosas son las que ahora llenan mi vida de alegría, aunque la felicidad completa se da cuando con esa peculiar forma de nombrar las cosas me llamas “Mamá”. Es una sensación indescriptible, una mezcla de orgullo, felicidad y amor desbordante, y esos segundos se vuelven los más importantes, y no dejo de animarte a que vuelvas a repetir esa pequeña palabra con la que te adueñas de mi voluntad. Se que a lo largo de tu vida la mencionarás sin cesar, pero déjame disfrutar estas primeras veces. Permíteme deleitarme con cada uno de tus diarios descubrimientos, déjame sentirme niña otra vez y volver a descubrir el mundo contigo.
No sabes lo feliz que me haces cuando logras salir victoriosa de esos pequeños obstáculos que te tiene preparados la vida, pero que en tu mundo se convierten en verdaderas hazañas. Soy feliz cuando me percato de tus arrebatos de independencia, de tu seguridad, de tu amor propio, incluso de tu vanidad; sobretodo, cuando pides que te premien con aplausos por lo que haces. Y es que así eres tú, deliciosamente encantadora.
miércoles, 27 de agosto de 2008
Aún hay gente buena
Es común escuchar que los peruanos padecemos una severa crisis de valores, lo que ha motivado que en muchos países no nos vean con “buenos ojos”, porque nos consideran muy amigos de lo ajeno. Quizás tengan algo de razón, aunque me inclino a pensar que, en muchos casos, esta imagen que tenemos en el extranjero obedece a pura discriminación.
No intento tapar el sol con un dedo, ni mucho menos, evadir una triste realidad, pues si la crisis de valores no se hubiera enquistado en nuestra sociedad como un resistente virus, los buenos peruanos –que afortunadamente son muchos- no verían hasta con asco imágenes tan decadentes de, por ejemplo, nuestros políticos (expertos en hacer de las suyas para sacarle la vuelta al pueblo que los eligió). O no serían testigos de cómo algunos malos policías han convertido a la coima en su principal arma de trabajo, o a muchos jueces que con su corruptela nos recuerdan que a veces la balanza se inclina por el lado donde colocan más billetes.
Pero si hay peruanos que enlodan nuestra imagen, también hay que reconocer que existen personas respetables que con sus acciones nos ofrecen mil razones para seguir creyendo en nosotros mismos, en nuestro potencial…en nuestro país.
No voy a hablar de personajes ilustres que protagonizan grandes hazañas que dan la vuelta al mundo y que son merecedoras del elogio de todos (y la envidia de muchos). Quiero referirme a los actos simples, intrascendentes, aquellos que se dan en el día a día, cuyos protagonistas son personas comunes como usted o como yo.
Lo voy a hacer a través de una experiencia personal y cuyo final mereció que un amigo irónicamente comentara: “¡y cómo dicen que no hay gente buena!”.
Ayer tomé un taxi en las inmediaciones del hospital Regional Docente hacia el centro de la ciudad. No encontré a la persona que buscaba, y fue ahí que me percaté que no tenía el celular en la mano. Lo busqué sin éxito en mi cartera, hasta que recordé que lo había olvidado en el taxi.
Llamé a mi celular, y en pocos segundos me contestaron. Contrario a lo que podría esperar, el taxista, solícitamente, se ofreció ir a dejarlo hasta donde yo estaba. No sé por qué, pero le creí, a pesar de que unos amigos me dijeron que todo era en vano, que el taxista jamás llegaría.
Algo en mi interior me decía que sí lo haría, pero la razón por poco y me traiciona. Los minutos de espera se hicieron bastante largos. Ya ni recordaba la cara del taxista, sólo recordaba que el carro era amarillo (ja!, con los miles de ese color que circulan por Trujillo).
Pasaron 15 minutos y, ante los ojos incrédulos de los que me acompañaban, un taxi amarillo se estacionó, y el taxista me entregó el celular. Así sin más preámbulos, sin exigir nada a cambio.
Esto que para algunas personas podría resultar una acción correcta, para muchas no lo es. Tengo que confesar que me sentí feliz, no por haber recuperado el móvil, sino porque no me había equivocado, porque mi instinto no me había fallado al creer en la palabra de un extraño.
De él sólo se que trabaja en las afueras del hospital Regional Docente, pero ayer se encargó de darnos una lección a los que fuimos testigos de su acción, de recordarnos que no todo está perdido, que somos seres humanos y que debemos ayudarnos, sin esperar nada a cambio.
No intento tapar el sol con un dedo, ni mucho menos, evadir una triste realidad, pues si la crisis de valores no se hubiera enquistado en nuestra sociedad como un resistente virus, los buenos peruanos –que afortunadamente son muchos- no verían hasta con asco imágenes tan decadentes de, por ejemplo, nuestros políticos (expertos en hacer de las suyas para sacarle la vuelta al pueblo que los eligió). O no serían testigos de cómo algunos malos policías han convertido a la coima en su principal arma de trabajo, o a muchos jueces que con su corruptela nos recuerdan que a veces la balanza se inclina por el lado donde colocan más billetes.
Pero si hay peruanos que enlodan nuestra imagen, también hay que reconocer que existen personas respetables que con sus acciones nos ofrecen mil razones para seguir creyendo en nosotros mismos, en nuestro potencial…en nuestro país.
No voy a hablar de personajes ilustres que protagonizan grandes hazañas que dan la vuelta al mundo y que son merecedoras del elogio de todos (y la envidia de muchos). Quiero referirme a los actos simples, intrascendentes, aquellos que se dan en el día a día, cuyos protagonistas son personas comunes como usted o como yo.
Lo voy a hacer a través de una experiencia personal y cuyo final mereció que un amigo irónicamente comentara: “¡y cómo dicen que no hay gente buena!”.
Ayer tomé un taxi en las inmediaciones del hospital Regional Docente hacia el centro de la ciudad. No encontré a la persona que buscaba, y fue ahí que me percaté que no tenía el celular en la mano. Lo busqué sin éxito en mi cartera, hasta que recordé que lo había olvidado en el taxi.
Llamé a mi celular, y en pocos segundos me contestaron. Contrario a lo que podría esperar, el taxista, solícitamente, se ofreció ir a dejarlo hasta donde yo estaba. No sé por qué, pero le creí, a pesar de que unos amigos me dijeron que todo era en vano, que el taxista jamás llegaría.
Algo en mi interior me decía que sí lo haría, pero la razón por poco y me traiciona. Los minutos de espera se hicieron bastante largos. Ya ni recordaba la cara del taxista, sólo recordaba que el carro era amarillo (ja!, con los miles de ese color que circulan por Trujillo).
Pasaron 15 minutos y, ante los ojos incrédulos de los que me acompañaban, un taxi amarillo se estacionó, y el taxista me entregó el celular. Así sin más preámbulos, sin exigir nada a cambio.
Esto que para algunas personas podría resultar una acción correcta, para muchas no lo es. Tengo que confesar que me sentí feliz, no por haber recuperado el móvil, sino porque no me había equivocado, porque mi instinto no me había fallado al creer en la palabra de un extraño.
De él sólo se que trabaja en las afueras del hospital Regional Docente, pero ayer se encargó de darnos una lección a los que fuimos testigos de su acción, de recordarnos que no todo está perdido, que somos seres humanos y que debemos ayudarnos, sin esperar nada a cambio.
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